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Gulímicos de dinero

pilarEstamos asistiendo desde hace años a bochornosos, vergonzosos escándalos públicos que han sacudido y están sacudiendo a nuestra sociedad, generando sentimientos de ira, enfado, hartazgo, incredulidad hacia la esfera pública y un largo etcétera de sentimientos negativos.

Bancos y cajas que desahucian gentes, sin importarles cuál ha sido su historia; cajas, que conceden tarjetas de crédito para pagar los caprichos de vinos y rosas y permiten financiar la satisfacción de los instintos más bajos de sus dirigentes; políticos con cuentas en todos lados, menos en España; presidentes de organizaciones empresariales y sindicales en la cárcel; políticos que legislan y “deslegislan” de espaldas a la sociedad y hacen daño donde más duele; políticos que no tiemblan ni se sonrojan mientras juegan con los sentimientos de sus gentes, ahora te hago un referéndum, ahora te lo quito para que te pronuncies por el color del cangrejo mientras crece el número de niños con hambre en tu tierra; eléctricas, que apagan la luz y la calefacción a niños y ancianos, y cuyos pingües beneficios invierten en otros países; historias de folclóricas, princesas y villanos, que por culpa de Cupido cobraron y gastaron millones de euros de procedencia ilícita sin darse cuenta; grandilocuentes consejos de competitividad que no quieren pequeñas empresas en su país…y así podríamos seguir relatando cientos, miles de ejemplos.

En mi opinión, todo este montón de vergüenzas, escándalos e injusticias no es producto de la crisis económica actual, no. Este es el resultado de los valores y de la cultura de nuestra sociedad, del cambio de modelo del esfuerzo al del pelotazo y que se les enseña desde pequeñitos. El dinero es el poder, representa el triunfo. El prestigio social no es la formación, ni la cultura, ni la ciencia, y la educación, ni de lejos.

El prestigio social no es tener dos carreras universitarias y tres idiomas, ni pertenecer al equipo científico de la universidad; el reconocimiento social no se le da al de la tienda de aceite y vinagre de mi barrio que con la abnegación suya y de su mujer, le dio estudios a sus seis hijos y uno de ellos sacó las oposiciones de abogado del estado con el número uno. No valoramos a Fermín, el de Cueva Grande, que con sus cabras y su pequeña “tienda-bar-lo que haga falta”, tiene un hijo médico que da clases en la facultad.

No consideramos que son un tesoro para nuestra sociedadlas miles de personas que, después de toda una vida trabajando, se dedican a ir cada día a Cáritas a preparar paquetes de comida para cubrir las necesidades de las personas de su barrio con sus manos llenas de artrosis; no, como ellas no queremos ser.

Tampoco admiramos a Tina, que de manera desinteresada ha montado talleres ocupacionales para las madres de las chabolas delRisco de San Nicolás y que les enseña a leer, a cocinar o a coser y les escucha sin juzgarlas durante horas, dándoles sabios consejos.

El empresario que más admiramosno es el que más puestos de trabajo genera, el que respeta los pactos de leal competencia, ni el que más bienestar le da a los trabajadores; el que más admiramos es el que más dinero ha ganado en menos tiempo, porque es un tío muy listo y tiene unos contactos al más alto nivel.

Nos sonreímos de medio ladocuando alguien de nuestro entorno entra en política, porque ya le presumimos su intención de “medrar”, no de contribuir honestamente a transformar la sociedad.

Cambiamos estudios por Ferraris, esfuerzo por astucia (entendiéndola en el mal sentido), la razón por la fuerza del poder; solidaridad, sí y sólo síme va a dar notoriedad (con foto, mejor), entrega a cambio de influencia, transparencia por interés, la defensa de lo general por la de lo particular.

Esta transformación social ha permitido el esperpéntico espectáculo de hoy: la corrupción, los pequeños y grandes nicolases, el desfalco, el incremento de desigualdad social y hasta la opresión para los más débiles.

El estallido se ha producido porque, a la par que iban creciendo sus egos corruptos, su hambre de dinero también. Si primero con cinco magdalenas de dinero era suficiente para desayunar, después querían diez, después cien y después querían todas las de Canarias, las de España y las de países de economía emergente si las pudieran agarrar.

Se convirtieron en auténticos gulímicos de dinero, a sabiendas que  iban a tener problemas para digerir todo ese dinero, aún así se lo tenían que comer ellos. Gula de dinero, de poder y de influencia.

En el fondo, no es un problema de dinero, de ambiciones pérfidas, de sistemas ineficientes. Es un problema de educación, referencias, principios y valores sociales.

Pilar Tabar Marrero
Secretaria General
Cecapyme

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