En el siglo XX, en Europa se producen dos transiciones. Una transición constructiva y la segunda destructiva-constructiva.
La primera, la constructiva, se inicia terminada la Segunda Guerra Mundial, que dejó a varios países muy dañados, estructuralmente, económicamente, socialmente, un coste de vidas humanas que mejor no mencionarlas, etc. y es en esos momentos donde surgen unos grandes visionarios, personalidades de la mencionada muy dañada Europa Occidental, que visionan la gran idea de crear una Unión de Naciones: la Unión Europea -la Europa en la que actualmente vivimos-.
El ideal de estos grandes visionarios fue crear una Europa pacífica, unida y próspera. El objetivo principal para lograr este gran proyecto era eliminar de una vez la lacra del nacionalismo y belicismo, que era, por lo visto, el motivo que había provocado periódicamente los conflictos bélicos.
Estos grandes visionarios fueron Adenauer, Jean Monet, Winston Churchill, Robert Schuman, De Gasperi, Spaak, Hallstein, etc.
La creación de la Unión nace de la voluntad de los ciudadanos y de los estados de Europa de construir un futuro común. Por esta razón la condición indispensable de todos los países que se asocien es conferir competencias a la Unión y construir un verdadero objetivo común, que beneficie a todos por igual, para alcanzar los retos comunes.
La Unión fundamenta los valores de respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos, incluidos los de las minorías.
Después de leer mucho más sobre esta gran visión de estas personalidades, quiero intervenir expresando mi propia conclusión sobre lo que pretendían conseguir con su fantástica visión: Una gran nación. Unos Estados Unidos de Europa (deseo de Churchill), es decir, algo similar a lo conseguido también por unos grandes visionarios, los Reyes Católicos, que consiguieron hace 500 años la unificación de todo su territorio, logrando ser la gran y envidiada, la más antigua nación europea. Los visionarios han pasado a la historia por la grandísima obra conseguida.
La segunda transición que se produce en Europa en el siglo XX es la española de 1978.
La que yo, en el inicio de este artículo, la califico de la destructiva. Pues lo que nuestros constituyentes reciben es algo muy distinto a aquello que recibieron los grandes visionarios europeos: los nuestros reciben un gran diamante, quizás sin brillo, por los efectos de los últimos años de la Segunda República y también por los efectos de nuestra lamentable guerra fratricida y los años de la dictadura, pero seguía siendo una gran joya, que solamente precisaba que unos buenos joyeros la trabajaran adecuadamente y consiguieran el brillo que correspondía a tan preciada pieza, obteniendo así una verdadera democracia con autoridad y orden (que como decía don Fernando de León y Castillo, la democracia no está reñida con la autoridad y el orden).
¿Pero qué hacen estos constituyentes? Darle un martillazo y partir la preciada pieza en 18 partes, diferentes todas, una llamada España y las otras 17 las autonomías y nacionalidades; la llamada España, la que dicen que es una, confiere competencias a las 17 autonomías de las nacionalidades, no para conseguir un objetivo común para todos los españoles, (que es en donde reside la soberanía), no para que cada una de las 17 consigan su objetivo, sino para conseguir 17 desigualdades, que por lo visto era el objetivo que estos constituyentes entendían era el ideal. Como verán, todo lo contrario a la gran visión de los europeos, que consiguieron el gran resultado que estamos viviendo, que pudiéramos ir de un país a otro, como si estuviésemos en el nuestro, que fuéramos a trabajar, que lleváramos nuestro dinero y nuestras producciones a donde quisiéramos entre los países asociados, (que somos todos europeos).
No, lo que nosotros conseguimos fue una fantástica fragmentación del gran territorio que había antes de 1978.
Han conseguido nuestros visionarios aquello que el gran Emilio Castelar, catedrático, académico, jefe del Ejecutivo de la Primera República, quiso establecer en España: el Estado federal, pues sería lo que solucionaría todos los males que en aquel entonces padecía nuestra patria; sin embargo fue nuestro gran e irrepetible don Fernando de León y Castillo quien, con una gran intervención, afirmó que lo que proponía el Sr. Castelar no era progreso, sino un retroceso, un anacronismo, un absurdo, un sin sentido ir de la unidad a la fragmentación, lo contrario a lo que intentan los visionarios europeos, conseguir pasar de la fragmentación a la Unión Europea, a los Estados Unidos de Europa, pasar de 17 objetivos a lograr uno solo, el que conviene a todos los europeos. Convencido por don Fernando, dicen que las palabras del Sr. Castelar fueron: antes que federalista, antes que socialista, soy español.
Terminaré con el final de la gran intervención de Don Fernando de León y Castillo: «Representantes de la nación española, tenéis la más grande de las misiones; pero sobre vosotros pesa también la más grande de las responsabilidades. ¿Estáis a la altura de esa misión? ¿Estáis a la altura de esa responsabilidad? Necesitáis salvar la patria con actos de entereza, con actos de virilidad, con actos de energía y no perder lamentablemente el tiempo, cuando hemos llegado al conflicto supremo, en discusiones estériles, como los griegos de Bizancio, que debatían si la luz del Thabor era creada o increada, mientras los bárbaros llamaban a las puertas del imperio.
Aquí no llaman a las puertas; están dentro.
Aun estáis a tiempo, señores diputados; mañana acaso sea tarde. No déis lugar a que el país en masa diga lo que hoy dicen muchos: aquí falta un hombre y sobra la República. He dicho».
Yo añado que volvamos a ser todos nacionalistas españoles, porque en la Península Ibérica solamente existen dos naciones, la más grande en tamaño -España- y nuestra vecina Portugal. Pues lo que sobra es todo lo que conlleva las autonomías de las nacionalidades, s insostenible.
Antonio Rodríguez Suárez, español nacido en Canarias.